lunes, 23 de febrero de 2009

El ciego y su lazarillo




Esta mañana he acompañado a mi padre, que tenía que entrevistarse con un hombre ciego, que tiene un alto cargo en la ONCE. Me encontré con un hombre, de unos cuarenta y tantos años, que cordialmente extendió la mano para saludar a mi padre y, a continuación, a mí, al decirle él que lo acompañaba, ya que teníamos que hacer a continuación unas gestiones.

Mientras ellos hablaban de sus cosas, tuve ocasión de observar atentamente a la persona y al escenario. El despacho era amplio y luminoso, con una mesa muy ordenada y, a la derecha, un ordenador especial, adaptado al sistema braille que utilizan los ciegos. Me llamó la atención la vitalidad y el optimismo que desprendía este señor y me dio la impresión que el mensaje que quería trasladar, en todo momento, era el de la normalización. Un ciego, éste era su argumento, es una persona que tiene una discapacidad, una dificultad, pero eso no quiere decir que sea una persona anormal. Es más, la "normalización", el no ser una persona rara, distinta, a la que hay que proteger, sino alguien capaz de valerse por sí mismo, es el objetivo que muchos ciegos se plantean.

Está claro que los ciegos necesitan determinadas ayudas, como los demás, los que no somos "distintos", también necesitamos que a veces alguien nos ayude en relación con algo que, solos, no podríamos hacer. Y, de pronto, me di cuenta que la ayuda más maravillosa con la que cuenta este hombre, amigo de mi padre, es un perro precioso, un labrador negro que, acurrucado muy cerca de su amo y amigo, esperaba una orden para seguirlo y conducirle a cualquier sitio. La escena me pareció que era como una alegoría de la amistad, pues los amigos completan en nosotros lo que no tenemos.

Es muy posible que la gente, cuando este hombre vaya por la calle, se fije más en el perro que en su amo. Esto, en cierto modo, sería una señal de normalización, de que se puede ser "otro", distinto, pero igual a nosotros.

No hay comentarios:

Publicar un comentario