Se llama Claribel, tiene 25 años, es una chica guapa y alegre y no quiere que la gente, cuando la ve moverse en su silla de ruedas se detenga a observarla con una mirada de pena. Porque ella, evidentemente, siente que es una chica normal, que piensa como cualquier joven de hoy y tiene parecidos gustos y aspiraciones en la vida y, desde luego, no quiere dar pena. Bueno, es realista y consciente de que tiene una diferencia respecto a la mayoría. Para moverse, para ir de un sitio a otro, necesita una silla de ruedas.
La conocí durante un verano en mi pueblo de vacaciones. Es amiga de unos amigos míos, que me la presentaron en una fiesta. Aquella noche, menos saltar y brincar, hizo de todo, porque tiene una marcha increíble. Cuando acabó la fiesta, pude comprobar cómo un amigo le ayudaba a pasar de la silla de ruedas a su utilitario adaptado, que conduce francamente bien.
Al verano siguiente, me la volví a encontrar y tuvimos ocasión de hablar cuatro horas seguidas, entre cubata y cubata, en una de las discotecas de la zona. Entonces me contó cómo había empezado todo, lo de la silla de ruedas, los meses en el hospital y en el centro de rehabilitación de tetrapléjicos y antes, aunque con muchas lagunas en el recuerdo, lo del accidente hace justamente 5 años. Ahora que escribo esto, siento un escalofrío cuando me doy cuenta de que aquello le pasó a la edad que yo tengo ahora.
Si hoy traigo a Claribel a mi blog es porque tantas y tantas veces me ha dicho que lo que peor lleva de su situación es que la vean, y sobre todo que la "miren como" distinta. Dice que lo nota en reacciones insignificantes de la gente, que a cualquiera pasarían desapercibidas, pero que a ella no se le escapan. Me dice también que ha tenido que luchar para que en su Facultad facilitaran el acceso al centro de personas con sus características, porque no había ni rampas cuando ella llegó a matricularse por primera vez.
Hoy tiene la satisfacción de comprobar que su lucha no ha sido en vano, las barreras arquitectónicas de su Facultad han desaparecido y se hace la ilusión de que allí, entre gente algo más joven que ella y con las mismas aspiraciones (tras el accidente y la rehabilitación perdió varios años académicos), la "miran" de otra manera, como a cualquiera, aunque vaya en silla de ruedas.
La conocí durante un verano en mi pueblo de vacaciones. Es amiga de unos amigos míos, que me la presentaron en una fiesta. Aquella noche, menos saltar y brincar, hizo de todo, porque tiene una marcha increíble. Cuando acabó la fiesta, pude comprobar cómo un amigo le ayudaba a pasar de la silla de ruedas a su utilitario adaptado, que conduce francamente bien.
Al verano siguiente, me la volví a encontrar y tuvimos ocasión de hablar cuatro horas seguidas, entre cubata y cubata, en una de las discotecas de la zona. Entonces me contó cómo había empezado todo, lo de la silla de ruedas, los meses en el hospital y en el centro de rehabilitación de tetrapléjicos y antes, aunque con muchas lagunas en el recuerdo, lo del accidente hace justamente 5 años. Ahora que escribo esto, siento un escalofrío cuando me doy cuenta de que aquello le pasó a la edad que yo tengo ahora.
Si hoy traigo a Claribel a mi blog es porque tantas y tantas veces me ha dicho que lo que peor lleva de su situación es que la vean, y sobre todo que la "miren como" distinta. Dice que lo nota en reacciones insignificantes de la gente, que a cualquiera pasarían desapercibidas, pero que a ella no se le escapan. Me dice también que ha tenido que luchar para que en su Facultad facilitaran el acceso al centro de personas con sus características, porque no había ni rampas cuando ella llegó a matricularse por primera vez.
Hoy tiene la satisfacción de comprobar que su lucha no ha sido en vano, las barreras arquitectónicas de su Facultad han desaparecido y se hace la ilusión de que allí, entre gente algo más joven que ella y con las mismas aspiraciones (tras el accidente y la rehabilitación perdió varios años académicos), la "miran" de otra manera, como a cualquiera, aunque vaya en silla de ruedas.